בס״ד
Cuando Moshé Rabenu estaba en el monte Sinaí, los hijos de Israel empezaron a dudar. Moshé estaba lejos, en la cima de la montaña. El midrash nos dice que estaba, espiritualmente, en el Cielo. Habían pasado varios días. Según un cálculo erróneo el lapso de cuarenta días en los que Moshé debía volver ya se había cumplido. “¡Moshé está muerto!”, gritaron algunos. “¡Moshé aun vive!”, respondieron los aun fieles y entusiastas. Pero los pesimistas, dejándose llevar por la mala inclinación, ganaron el debate. El pueblo realizó una ceremonia funeral por Moshé Rabenu.
El “erev rav”, la minoría de egipcios que se habían infiltrado en el seno del pueblo de Israel a la hora del Éxodo, influenció al pueblo para empezar un movimiento por un nuevo líder. Uno fácil de controlar. Un Becerro de Oro.
Aarón ha Kohén fue obligado a recolectar oro de entre las hijas de Israel. Arrojó luego el oro recolectado al fuego, y de allí salió el becerro de oro. Un ídolo de material precioso pero maleable, fácil de controlar. Causante de la primera desgracia del 17 de Tamuz: la destrucción de las primeras Tablas de la Ley. Siglos más tarde este sería el día del comienzo de la destrucción del Templo, y hasta hoy es un día de duelo y ayuno para el pueblo judío.
Tenemos hoy un nuevo becerro de oro. Lo llamamos con nombre griego, le decimos “Democracia”. Lo tildamos de “la Fuerza de la Ley”. Es un ídolo maleable. Creado con material precioso: el liderazgo del pueblo. Un ídolo fácil de controlar. Un ídolo impuesto por un erev rav al cual no le importa realmente el pueblo judío. Un ídolo al servicio de intereses extraños. Un ídolo copiado del olimpo pagano de las Naciones Unidas.
A este ídolo se le adora embriagado, drogado, con los ojos cerrados y los oídos tapados. Para este ídolo el dolor de nuestros hijos no importa, ni siquiera existe. Este ídolo nos promete una paz alucinada. Pero él mismo sabe que promete lo imposible. ¿A qué nos conduce, realmente, este culto pagano?
El Estado que pedía un millón de olim no es capaz de proveer a la mitad de sus ocho mil refugiados internos, artificialmente creados, con un hogar propio. Y nos anuncia ahora sus siniestros planes para desahuciar a ochenta mil más de nuestro hermanos. Y después seguirán más. En los próximos cuatro años, un cuarto de millón quedaría sin hogar. Todo por el pecado imperdonable de vivir en la sagrada tierra de Avraham, Itzjak y Iaakov. La Tierra Prometida vista por Moshé en los últimos momentos de su vida, desde una montaña en la Transjordania. La tierra reclamada por Iehoshúa Bin Nun, por David HaMélej y su hijo Shlomó, por Ezra HaSofer y Nejemiahu. La tierra liberada por los valientes makabim. La tierra con la que nuestros ancestros, por DOS MIL AÑOS, no dejaron NUNCA en lo más profundo del corazón, aun cuando se encontraban dispersos por los cuatro extremos de la tierra, oprimidos por el yugo de los gentiles, perseguidos hasta el genocidio perpetrado por los hijos de Amalek.
¿Y que paz nos ofrece? Una paz donde los judíos vivirían dentro de “las fronteras de Auschwitz” donde los ejércitos pararon, accidentalmente, a la víspera del transitorio armisticio de 1949. Una paz en al que nuestro más acérrimos enemigos ocuparían el seno de nuestra tierra, y desde la cual amenazarían constantemente Ierushalaim, Tel Aviv, Hertzlía, Netania, Haifa… Una paz en la que los jóvenes soldados seguirían muriendo, sin tener a donde alojarse en las inmediaciones de peligrosísimas operaciones en Ramalá y Tulkarem. Una paz en la que peregrinos judíos no podrían nunca jamás rezar junto a la tumba de la Matriarca Rajel, ni la de los padres de nuestro pueblo, Avraham, Itzjak y Iaakov. Una paz en la que las colinas de Judea se secarían sin tener quien las irrigue…
El culto idólatra nos quiere hacer creer que podemos “castigar” a los asesinos de Rejavam Zeevi, sin honrar la verdad de su legado. ¡Las sangrientas manos que lo mataron darán gestos de victoria desde los barrotes de la celda de una prisión, con el triunfo de haber matado al pájaro y de haberle robado lo volado! El culto idolatra nos exigirá el ver a miles de jóvenes abusados, brutalizados, violados, y encima se les cargará con el yugo del castigo por atreverse a defender el sagrado suelo santo. Ese culto no pide ya olvidar los horrores de Amona, y que en el exterior los judíos del mundo guardemos el más sepulcral de los silencios frente a la tragedia de nuestra propia carne y sangre.
Pueblo de Israel, Pueblo Elegido, abandona el culto del nuevo eguel hazahav, no sigas más a los hijos del erev rav en nuestro seno. Expulsa a los ilegítimos invasores de toda nuestra tierra, no sea que se sigan tornando en espinas en nuestros ojos, cegándonos, volviéndonos presas de los chacales de las tinieblas. Por amor a nuestros hijos, y los hijos de sus hijos, garantes eternos del Pacto del Sinaí, no abandones la tierra sagrada que hoy yace bajo tus pies.
Y sea que nos llegue pronto la verdadera paz, en la que por fin se tornen las espadas en arados, no se levante más nación contra nación, si se entrenen más para la guerra.
El “erev rav”, la minoría de egipcios que se habían infiltrado en el seno del pueblo de Israel a la hora del Éxodo, influenció al pueblo para empezar un movimiento por un nuevo líder. Uno fácil de controlar. Un Becerro de Oro.
Aarón ha Kohén fue obligado a recolectar oro de entre las hijas de Israel. Arrojó luego el oro recolectado al fuego, y de allí salió el becerro de oro. Un ídolo de material precioso pero maleable, fácil de controlar. Causante de la primera desgracia del 17 de Tamuz: la destrucción de las primeras Tablas de la Ley. Siglos más tarde este sería el día del comienzo de la destrucción del Templo, y hasta hoy es un día de duelo y ayuno para el pueblo judío.
Tenemos hoy un nuevo becerro de oro. Lo llamamos con nombre griego, le decimos “Democracia”. Lo tildamos de “la Fuerza de la Ley”. Es un ídolo maleable. Creado con material precioso: el liderazgo del pueblo. Un ídolo fácil de controlar. Un ídolo impuesto por un erev rav al cual no le importa realmente el pueblo judío. Un ídolo al servicio de intereses extraños. Un ídolo copiado del olimpo pagano de las Naciones Unidas.
A este ídolo se le adora embriagado, drogado, con los ojos cerrados y los oídos tapados. Para este ídolo el dolor de nuestros hijos no importa, ni siquiera existe. Este ídolo nos promete una paz alucinada. Pero él mismo sabe que promete lo imposible. ¿A qué nos conduce, realmente, este culto pagano?
El Estado que pedía un millón de olim no es capaz de proveer a la mitad de sus ocho mil refugiados internos, artificialmente creados, con un hogar propio. Y nos anuncia ahora sus siniestros planes para desahuciar a ochenta mil más de nuestro hermanos. Y después seguirán más. En los próximos cuatro años, un cuarto de millón quedaría sin hogar. Todo por el pecado imperdonable de vivir en la sagrada tierra de Avraham, Itzjak y Iaakov. La Tierra Prometida vista por Moshé en los últimos momentos de su vida, desde una montaña en la Transjordania. La tierra reclamada por Iehoshúa Bin Nun, por David HaMélej y su hijo Shlomó, por Ezra HaSofer y Nejemiahu. La tierra liberada por los valientes makabim. La tierra con la que nuestros ancestros, por DOS MIL AÑOS, no dejaron NUNCA en lo más profundo del corazón, aun cuando se encontraban dispersos por los cuatro extremos de la tierra, oprimidos por el yugo de los gentiles, perseguidos hasta el genocidio perpetrado por los hijos de Amalek.
¿Y que paz nos ofrece? Una paz donde los judíos vivirían dentro de “las fronteras de Auschwitz” donde los ejércitos pararon, accidentalmente, a la víspera del transitorio armisticio de 1949. Una paz en al que nuestro más acérrimos enemigos ocuparían el seno de nuestra tierra, y desde la cual amenazarían constantemente Ierushalaim, Tel Aviv, Hertzlía, Netania, Haifa… Una paz en la que los jóvenes soldados seguirían muriendo, sin tener a donde alojarse en las inmediaciones de peligrosísimas operaciones en Ramalá y Tulkarem. Una paz en la que peregrinos judíos no podrían nunca jamás rezar junto a la tumba de la Matriarca Rajel, ni la de los padres de nuestro pueblo, Avraham, Itzjak y Iaakov. Una paz en la que las colinas de Judea se secarían sin tener quien las irrigue…
El culto idólatra nos quiere hacer creer que podemos “castigar” a los asesinos de Rejavam Zeevi, sin honrar la verdad de su legado. ¡Las sangrientas manos que lo mataron darán gestos de victoria desde los barrotes de la celda de una prisión, con el triunfo de haber matado al pájaro y de haberle robado lo volado! El culto idolatra nos exigirá el ver a miles de jóvenes abusados, brutalizados, violados, y encima se les cargará con el yugo del castigo por atreverse a defender el sagrado suelo santo. Ese culto no pide ya olvidar los horrores de Amona, y que en el exterior los judíos del mundo guardemos el más sepulcral de los silencios frente a la tragedia de nuestra propia carne y sangre.
Pueblo de Israel, Pueblo Elegido, abandona el culto del nuevo eguel hazahav, no sigas más a los hijos del erev rav en nuestro seno. Expulsa a los ilegítimos invasores de toda nuestra tierra, no sea que se sigan tornando en espinas en nuestros ojos, cegándonos, volviéndonos presas de los chacales de las tinieblas. Por amor a nuestros hijos, y los hijos de sus hijos, garantes eternos del Pacto del Sinaí, no abandones la tierra sagrada que hoy yace bajo tus pies.
Y sea que nos llegue pronto la verdadera paz, en la que por fin se tornen las espadas en arados, no se levante más nación contra nación, si se entrenen más para la guerra.
* * *
When Moshe Rabbenu was in Mount Sinai, the children of Israel begun to doubt. Moshe was far away, up the mount. The Midrash tells us that he was, spiritually speaking, up in the Heavens. Several days had passed. According to an erroneous calculation the period of forty days, in which Moshe was supposed to return, was already expired. “Moshe is dead!” screamed some. “Moshe is still alive!” replied the still faithful, enthusiastic ones. But those more pessimistic, letting themselves to be taken over but the evil inclination, won the debate. The people made a funeral ceremony for Moshe Rabbenu.
The “eirev rav”, the Egyptian minority that had infiltrated the midst of the Jewish people at the moment of the Exodus, influenced the people in order to start a movement for a new leader. One easy to control. A Golden Calf.
Aaron HaKohen was forced to collect gold from among the daughters of Israel. He then threw the collected gold into a fire, and from there came out a golden calf. It was an idol of precious but malleable metal, easy to control. It was the cause of the first misfortune of the 17 of Tamuz: the destruction of the first set of the Tablets of the Law. Centuries later it would be the beginning of the destruction of the Temple, and it is today a day of fast and mourning for the Jewish people.
We have today a new golden calf. We call it with a Greek name, “democracy”. We nickname it “the Power of Law”. It is a malleable idol. It was created with a precious material: the leadership of the people. It is an easily controlled idol. An idol imposed by an eirev rav who does not really care about the Jewish People. An idol at the service of foreign interests. An idol copied from the heathen’s Olympus of the United Nations.
This idol is worshiped when one is intoxicated, with the eyes shut and the ears plugged. For this idol, the pain of our children does not matter, it doesn’t even exist. This idol promises a hallucinated peace. But it knows that the promise is impossible. Where is this pagan cult really leading us into?
The very same State that asked for a million of new olim is incapable of providing half of her artificially created internal refugees a home of their own. And now announces its sinister plans to oust eighty thousand of our brethren from their homes. Later, more shall follow. Within the next four years, a quarter of a million will be rendered homeless. All for the unforgivable sin of dwelling on the sacred land of Avraham, Yitzchak and Yaakov. It is the Promised Land, the land gazed at by Moshe in the last moments of his life, from a mountain in Tran Jordan. It is the land claimed by Yehoshua Bin Nun, by David HaMelech, and his son Shlomo; by Ezra HaSofer and Nehemiah. It is the land liberated by the courageous Makabim. It is the land that our ancestors, during TWO THOUSAND YEARS, didn’t let go EVER from the innermost depths of their hearts. Even when they found themselves dispersed through the four corners of the Earth, oppressed by the yoke of the gentiles, persecuted even to the genocide perpetrated by the children of Amalek.
And what peace are we offered? A peace where the Jews would live inside the “borders of Auschwitz” where the armies stopped, by mere accident, on the eve of the Armistice of 1949. A peace in which our most pungent enemies would occupy the heart of our land, and from there they would constantly threaten Yerushalayim, Tel Aviv, Hetzlyiah, Netania, Haifa… A peace in which young soldiers would continue to die, having no place to lodge during their extremely dangerous operations in Ramallah and Tulkarem. A peace in which Jewish pilgrims would never again be able to pray at the gravesite of Rachel the Matriarch, nor at the resting place of the Fathers of our people: Avraham, Yitzchak and Yaakov. A peace in which the hills of Judea would run dry, not having anyone to water them…
The idolatrous cult would have us relieve that we can “punish” the murderers of Rechavam Ze’evi, without honoring the truth of his legacy. The bloody hands that killed him will gesture victory from their prison cells, knowing that they killed the bird and stole away his flying too! The idolatrous cult will demand that we contemplated in silence as thousands of our youths are abused, brutalized, raped, and on top of that charged with the yoke of punishment for having dared to defend the sacred soil. This cult of heathens asks from us, already, to forget the horrors of Amona, and that the overseas Jews must keep the deadliest of silences before the tragedy on our own flesh and blood.
People of Israel, Chosen People, abandon the cult of this new eigel hazahav, and do not follow anymore the children of the eirev rav in our midst. Expel the truly illegitimate occupiers of our land, least they become thorns in our eyes, blinding us, turning us into sitting ducks for the jackals of darkness. For the love of your children, and of your children’s children, the eternal warrantors of the Covenant of Sinai, do not abandon the holy land that lies under your feet.
May it be that soon we arrive to the true peace, in which the swords turn into plowshares, no nation rise against nation anymore, and they learn war never again.
The “eirev rav”, the Egyptian minority that had infiltrated the midst of the Jewish people at the moment of the Exodus, influenced the people in order to start a movement for a new leader. One easy to control. A Golden Calf.
Aaron HaKohen was forced to collect gold from among the daughters of Israel. He then threw the collected gold into a fire, and from there came out a golden calf. It was an idol of precious but malleable metal, easy to control. It was the cause of the first misfortune of the 17 of Tamuz: the destruction of the first set of the Tablets of the Law. Centuries later it would be the beginning of the destruction of the Temple, and it is today a day of fast and mourning for the Jewish people.
We have today a new golden calf. We call it with a Greek name, “democracy”. We nickname it “the Power of Law”. It is a malleable idol. It was created with a precious material: the leadership of the people. It is an easily controlled idol. An idol imposed by an eirev rav who does not really care about the Jewish People. An idol at the service of foreign interests. An idol copied from the heathen’s Olympus of the United Nations.
This idol is worshiped when one is intoxicated, with the eyes shut and the ears plugged. For this idol, the pain of our children does not matter, it doesn’t even exist. This idol promises a hallucinated peace. But it knows that the promise is impossible. Where is this pagan cult really leading us into?
The very same State that asked for a million of new olim is incapable of providing half of her artificially created internal refugees a home of their own. And now announces its sinister plans to oust eighty thousand of our brethren from their homes. Later, more shall follow. Within the next four years, a quarter of a million will be rendered homeless. All for the unforgivable sin of dwelling on the sacred land of Avraham, Yitzchak and Yaakov. It is the Promised Land, the land gazed at by Moshe in the last moments of his life, from a mountain in Tran Jordan. It is the land claimed by Yehoshua Bin Nun, by David HaMelech, and his son Shlomo; by Ezra HaSofer and Nehemiah. It is the land liberated by the courageous Makabim. It is the land that our ancestors, during TWO THOUSAND YEARS, didn’t let go EVER from the innermost depths of their hearts. Even when they found themselves dispersed through the four corners of the Earth, oppressed by the yoke of the gentiles, persecuted even to the genocide perpetrated by the children of Amalek.
And what peace are we offered? A peace where the Jews would live inside the “borders of Auschwitz” where the armies stopped, by mere accident, on the eve of the Armistice of 1949. A peace in which our most pungent enemies would occupy the heart of our land, and from there they would constantly threaten Yerushalayim, Tel Aviv, Hetzlyiah, Netania, Haifa… A peace in which young soldiers would continue to die, having no place to lodge during their extremely dangerous operations in Ramallah and Tulkarem. A peace in which Jewish pilgrims would never again be able to pray at the gravesite of Rachel the Matriarch, nor at the resting place of the Fathers of our people: Avraham, Yitzchak and Yaakov. A peace in which the hills of Judea would run dry, not having anyone to water them…
The idolatrous cult would have us relieve that we can “punish” the murderers of Rechavam Ze’evi, without honoring the truth of his legacy. The bloody hands that killed him will gesture victory from their prison cells, knowing that they killed the bird and stole away his flying too! The idolatrous cult will demand that we contemplated in silence as thousands of our youths are abused, brutalized, raped, and on top of that charged with the yoke of punishment for having dared to defend the sacred soil. This cult of heathens asks from us, already, to forget the horrors of Amona, and that the overseas Jews must keep the deadliest of silences before the tragedy on our own flesh and blood.
People of Israel, Chosen People, abandon the cult of this new eigel hazahav, and do not follow anymore the children of the eirev rav in our midst. Expel the truly illegitimate occupiers of our land, least they become thorns in our eyes, blinding us, turning us into sitting ducks for the jackals of darkness. For the love of your children, and of your children’s children, the eternal warrantors of the Covenant of Sinai, do not abandon the holy land that lies under your feet.
May it be that soon we arrive to the true peace, in which the swords turn into plowshares, no nation rise against nation anymore, and they learn war never again.