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Sunday, March 05, 2006

Amona: El Álamo de Judea y Samaria

בס״ד
Remember the Alamo!, ¡Recordad El Álamo! Gritaban los patriotas tejanos allá por 1835 Por diez años el territorio de Texas, en medio de una disputa territorial entre los Estados Unidos y México, declaró su independencia y se tornó en la República de Texas.

Los independentistas tejanos perdieron una batalla clave, que les permitió ganar la guerra: la Batalla del Álamo. Pocos defensores, mal armados y con poco en común fuera de su deseo de luchar por la independencia tejana, hicieron frente a tropas mexicanas atrincherados dentro del edificio de una vieja misión rural. Perdieron catastróficamente, resultando masacrados por los mexicanos. Pero las noticias de la masacre llevaron a la población de Texas a levantarse en armas contra las fuerzas del tirano Santa Ana.

Remember the Alamo! Remember the Alamo! Antes de darse cuenta, Santa Ana había perdido la guerra. Aunque nunca aceptó haber perdido frente a un conglomerado de civiles sin ejército. Recién en 1845, cuando los EEUU oficialmente incorporaron el territorio de Texas, México reconoció el haber perdido el territorio.

Guardando todas las distancias en historia y contexto – o dicho de manera más judía: lehavdil mea havdalot – Israel acaba de vivir su Álamo. Para los pobladores judíos de Judea y Samaria, Amona ha sido el nuevo Álamo. Habiendo perdido Gush Katif y cuatro comunidades en el extremo norte de Samaria, los habitantes de Yesha – los territorios liberados por Israel en 1967 pero todavía no integrados completamente – se habían preparado a lanzar una campaña de resistencia que evitara rendir más territorio sagrado judío a las manos criminales de Hamás y la OLP.

La experiencia en el sistema legal de Israel con las casas del Shuk de Hebrón había demostrado lo inútil de tratar de pelear las cosas por la vía legal: aun teniendo documentos en mano demostrando la potestad jurídica judía sobre terreno del Shuk y la autorización explícita de los dueños legítimos del terreno, los residentes judíos habían sido desalojados violentamente por la policía israelí. El sistema legal es inútil cuando el gobierno transgrede sus límites democráticos y ordena proceder según sus peligrosísimos caprichos.

Nueve casas en la comunidad de Amona fueron declaradas ilegales por una corte legal que servía de títere al gobierno de Olmert, en vez de usar su imparcialidad y autonomía. Miles de edificaciones ocupadas por árabes se encuentras a lo largo y ancho de Yesha, carecen de permisos legales, pero Israel raramente hace algo al respecto, esperando a que de alguna de ellas salga un terrorista y efectúe un acto de agresión criminal. Recién entonces se da órdenes de desalojo y demolición. Pero cuando se trata de viviendas judías, de pronto, se procede de manera diferente.

El primero de Febrero del 2006 la juventud activa en preservar Eretz Israel en manos judías, mejor conocida como el Movimiento Naranja, acudió solidariamente a la zona de Amona amenazada con el desalojo y demolición. Era una movida solidaria, y se esperaba que fuese simplemente una protesta que dejara claro que el pueblo judío no dejará tan fácilmente rendir partes de Eretz Israel que con tan alto costo habían sido liberadas, y con tanto heroísmo habían sido redimidas. Para el régimen de Ehud Olmert, sin embargo, era una oportunidad de demostrarle a esos “delincuentes naranjas” quien manda en Israel.

La ley israelí provee el derecho de la policía a usar “fuerza razonable” para hacer cumplir el mandato de la ley. Dado que se contaba con una orden judicial – dejemos de lado por ahora la validez de tal orden – se envió fuerzas policiales enormes. Hubo escaramuzas entre algunos activistas judíos y la policía israelí aun antes del amanecer, y el ingreso a Amona fue clausurado por el ejército israelí. Órdenes secretas fueron preparadas prohibiendo el ingreso de ambulancias del Maguén David Adom hasta después de haber derramado una buena cantidad de sangre. Los jóvenes naranjas, apoyados por gentes adulta e incluso por tres miembros de la Kneset, ingresaron a Amona por la “Ruta de Birmania”, un sendero que cruzaba por una aldea árabe adyacente. Milagrosamente no hubo heridos, ni agredidos, y la población árabe local no les cerró el paso.

Al amanecer las nueve casas de la nueva urbanización en Amona estaban repletas de jóvenes atrincherados, sin armas, dispuestos a resistir pasivamente. Había gente en los techos de las casas, y grafiti y letreros en los muros anunciaban claramente el reclamo de la potestad judía y el derecho de vivir en Eretz Israel, en TODA Eretz Israel. Una joven quinceañera escribió con pintura roja en una roca adyacente: “El gobierno verdadero es el de Di-s”. La autoridad abusiva de Olmert no era reconocida.

Una familia de Amona, residente ya en una de las casas, esperaba repetir las imágenes de Gush Katif, y ser desalojados contra su voluntad, pero sin peleas. Solo deseaban hacer saber su oposición al mandato del gobierno. Aun creían en un vestigio de democracia. ¡Que ingenuos!

Desde el tejado de una de las casas un joven barbudo cantaba con su guitarra una canción hebrea como los jalutzim – pioneros – cantaban en los mil novecientos veintes. De pronto aparecieron por doquier guardias en todo el trajecito que se usa cuando se va a romper manifestaciones violentas: escudos, pesadas barras de madera dura, cascos y viseras. Detrás venía un camión que dispara agua a presión…

Una multitud formaba círculos alrededor de las casas, cruzando los brazos el uno con el otro en cadena. Otros se acercaron valientemente a la policía para discutir. No hubo discusión, empezaron los golpes. Desde los techos jóvenes empezaron a gritar eslóganes. Un miembro de la Kneset, contando con la inmunidad parlamentaria que provee la ley, se dirigió a la policía. No se le respetó, y un golpe de palo le fracturó un brazo. Otro miembro de la Kneset se paró sobre el camión de agua a presión. Se le empujó violentamente. El tercer miembro de la Kneset fue víctima de la agresión de un jinete de la policía. Fue allí donde la protesta pasó a ser, más bien, un pogrom. Centenares de efectivos de la policía montada se mandaron, a todo galope, a golpear sin piedad a los manifestantes. Todas las barreras de resistencia fueron rotas instantáneamente. Los manifestantes formaron una trinchera de llantas, les prendieron fuego, y saltaron al frente, esperando detener el avance de la policía. La golpiza fue atroz. En un par de minutos no había ya resistencia. En su lugar, ahora había heridos por doquier. Miembros de la Maguén David Adom – que por ley poseen el derecho de pasar por todo bloqueo de rutas y entrar a cualquier lugar donde se les necesite – fueron agredidos por la policía para evitar que vinieran a recoger a los heridos. Aun cuando se informaba de la desesperada necesidad de asistencia médica, el ejército insistió en clausurar el ingreso de ambulancias.

La policía rompió puertas y ventanas e ingresó a las casas a golpear brutalmente a los jóvenes, que ya habían convenido a sentarse pacíficamente, esperando ser simplemente arrastrados afuera. Bulldozers llevaron a grupos de policías a los tejados de las casas a golpear violentamente a los manifestantes, sin permitirles rendirse ni huir. Heridos, muchos inconscientes, fueron recién traídos abajo por escaleras o en las palas de los bulldozers.

Siendo los jóvenes naranjas mayoritariamente observantes de la religión judía, los atrincherados en las casas estaban divididos por género: había casas con varones y casas con hembras. La policía golpeó brutalmente a los jóvenes sin piedad ni distinción, pero con las mujeres hubo aun mayor agravio. Hombres con el poder de brutalizar por encima – o en ausencia – de la ley. Hombres brutos, sin temor de Di-s, con el poder de un gobierno corrupto y abusivo. Jóvenes adolescentes indefensas, presentes solo con la ingenuidad de la fe y el idealismo de la juventud. La fantástica oportunidad de estar dentro de cuatro paredes donde no había cámaras para grabar la evidencia de lo que pudiese pasar…

Una mujer mayor de edad podría, por lo menos, contar con la madurez para devolver golpes y empujar al atacante. Estas eran jóvenes, muy jóvenes. Catorce, quince, diez y seis años de edad. Brutalizadas a golpes. Víctimas fáciles. ¡Que fácil era agarrarlas y tocarlas en cualquier parte! A una de ellas le levantaron la falda y le rompieron la ropa interior. Le introdujeron un palo tan adentro que la hicieron sangrar profusamente. Le gritaron: “¡Ustedes las religiosas tienen hijos como conejos! ¡No queremos que tengan más hijos!” La joven, cuyo nombre no ha sido revelado al público por súplicas de su madre, quedó infértil. ¡Solo tiene quince años! A las demás se les gritó: “Fuera, putas” y se les empujó por la ventana. Sin cargos de conciencia, se les siguió golpeando afuera, donde las cámaras captaron imágenes de la brutalidad, y notoriamente la sangre en el garrote de un policía que el gobierno aun se rehúsa a identificar.

Los hogares de nueve familias judías en Amona fueron destruidos. Cuando el día acabó, los policías volvieron tranquilamente a sus casas. Ehud Olmert, premier interino, pidió silencio, y lanzó a la prensa una versión de la historia ya preparada antes de los acontecimientos. Según la versión oficial, solo hubo una “confrontación entre colonos y policías”. Según la versión oficial, los “colonos agredieron a la policía con piedras y pedazos de concreto” y “fue necesario traer centenares de efectivos policiales para esparcirlos y llevar a cabo las órdenes de demolición”. Olmert declaró frente a sesión plenaria de la Kneset, que “no hubo ningún abuso por parte de la policía” y que “el pedido de tres [víctimas] miembros de la Kneset es solo una movida política con vistas de propaganda electoral”. En castellano diríamos “acá no pasó nada”. La Kneset votó masivamente en vetar a Olmert, y empezar inmediatamente una comisión investigadora.
Aun mientras el asunto está siendo revisado, Olmert continua con su política de discriminación abusiva contra los pobladores judíos de Yesha. Por lo menos dos desalojos mayores han ocurrido entre el pogrom de Amona y el momento de escribir estas líneas. En el primer caso el desalojo fue realizado al amanecer, sin aviso previo. En el segundo caso, además ser de sorpresa, el desalojo fue ordenado in situ, quince minutos antes de Shabat. ¡Los residentes, judíos observantes, fueron obligados a violar el sagrado Shabat para cumplir con los caprichos de Olmert! Claro que en Shabat no hubo camarógrafos creando evidencia de las vergüenzas que la policía podía cometer. Pero de manera más patética: los desalojos ya no son llevados a cabo con orden judicial. Simplemente los residentes son ordenados a salir, y la policía se encarga de empacar las pertenencias.

Olmert se siente el gran héroe, el muy macho. Tiene el poder de quitarle el dulce a un niño, y le gusta usarlo. No le importa a quien le pertenece la tierra de Israel, o si los terrenos desalojados acabarán en manos de Hamás. Espera ganar las elecciones con su nueva imagen.

Electorado israelí: A la hora de votar, ¡recordad Amona!

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